Tras puertas cerradas y ventanas abiertas

Traducido al español por StSassa
Advertencias: contenido sexualmente explícito

Los exámenes trimestrales están a la vuelta de la esquina y Arthit y Kongpob apenas y pueden encontrar un minuto para estar juntos. Una noche, tienen que ponerse creativos si quieren ponerse íntimos.

Si Kongpob pudiera mencionar una cosa que definitivamente ha cambiado entre él y su novio desde hace un año, sería que Arthit ya no huye de sus toques. Al menos, no tras las puertas cerradas.

Le tomó un mes o dos para que el temperamental mayor permitiera a Kongpob entrelazar sus dedos por el campus sin ponerse ansioso ni retirar su mano con la mera vista de uno de sus amigos a la distancia. Le tomó otros pocos meses para dejar que su travieso novio lo llevara detrás del edificio de la facultad, donde le sostendría el rostro entre manos cálidas y lo besaría con suavidad. Intentaba disfrutarlo, pero en ocasiones mantenía un ojo abierto por si uno de sus menores decidía, por la razón que fuera, usar las escaleras traseras que por lo regular estaban reservadas como una ruta de escape en caso de un incendio. Incluso ahora, gruñiría y le diría a Kongpob que era un ridículo, pero no sin sentirse ligeramente feliz con un rosado rubor expandiéndose por sus pálidas mejillas en lo que era el espectáculo favorito de Kongpob.

En el dormitorio de Arthit, con la puerta asegurada y las cortinas cerradas, Kongpob se deleitaba con la forma en que su novio respondería hambriento a todas y cada una de sus insinuaciones, incluso yendo tan lejos como para tomar la iniciativa de vez en cuando. La primera vez que intentaron tener sexo, Kongpob se había pasado media hora sentado desnudo fuera de la puerta del baño, asegurándole a su extremadamente avergonzado novio que estaba bien haber terminado tan rápido, y que, de hecho, se sentía halagado. Aunque con el tiempo, ambos apenas podían mantener sus manos y sus bocas fuera del otro, y Kong tenía una erección semipermanente con sólo pensar en estar en el cuarto de Arthit. El menor recuerda su cuerpo estremecerse cuando, una noche, un normalmente silencioso Arthit lo trajo consigo dentro de su cuarto y le pidió (no, le suplicó) que lo pusiera contra la pared.

Así que, está de más decir que sus exámenes trimestrales los maldijeron con una muy fuerte sequía en su vida amorosa. Las noches que por lo regular las pasaban meneándose y jadeando los nombres del otro entre sábanas, ahora eran reemplazadas por horas de quejas por problemas de matemáticas y de mordisquear resaltadores de texto con vasos de café apilándose dentro del bote de la basura. Esta noche es una de esas noches.

Es pasada la medianoche (a decir verdad, un poco pasada la 1 de la mañana) y Arthit ha decidido que, de todos modos, no podrá digerir nada de lo que estudie ahora, sin mencionar que tiene una clase a las 9 de la mañana (ugh) al día siguiente. Se pone de pie y se estira, mirando vagamente hacia afuera para encontrarse con que el dormitorio de Kongpob es el único con las luces encendidas del lado de su edificio.

Kongpob contesta la llamada luego algunos cinco timbres.

—¿Uhmm? ¿Qué sucede, P’?

No se oye como si hubiera estado durmiendo, pero en definitiva se oye cansado.

—¿Por qué sigues despierto?

Eso suena un poco como a un regaño, pero Kongpob sólo sonríe.

—¿Qué hora es? —dice. El cansancio se oye evidente en su voz y su garganta irritada por haber practicado su presentación frente al espejo durante tres horas seguidas.

—Kong, casi es la 1:30 de la mañana. ¿No deberías estar en cama?

—También estás despierto, P’Arthit.

—Lo sé, es porque estaba estudiando. Estaba a punto de irme a dormir cuando vi que tus luces seguían encendidas.

—¿Me estabas observando, P’? —Vacila su novio.

—Me voy a la cama —Arthit gruñe al aire.

—Oww, lo siento. No cuelgues aún.

La voz de Kongpob, más suave que la seda, sería considerada un arma letal si Arthit pudiera opinar. En demasiadas ocasiones, se encontró aceptando cosas que ni siquiera le gustaban porque los tontos y armoniosos tonos con los que hablaba Kongpob lo forzaban a hacerlo.

Como esa ocasión en la que de alguna forma dijo que sí a llevar a su novio a un parque de diversiones, pensando que jugarían a los dardos y que le ganaría a Kongpob un osito de peluche o algo igualmente asquerosamente lindo y sin sentido. Pero él no fue sólo un total asco con los dardos, sino que Kongpob se sintió culpable por semanas luego de ver que Arthit vomitaba de forma violenta tan pronto como se bajaron de una especialmente aterradora montaña rusa.

—Entonces, ¿de qué quieres hablar? —suspira, dejándose de caer en su cama con sus piernas colgando de la orilla.

—Te extraño, P’ —dice Kongpob con voz suave y susurrante. Arthit sabe que no dice eso nada más, porque por lo regular, tal declaración trae consigo un coqueteo. Esto es puro y honesto, dicho más como una verdad que como para obtener una reacción.

—Sí… yo también —admite Arthit.

Ellos de verdad no habían tenido mucho tiempo para el otro durante las últimas tres semanas. Estos días, les parecía cada vez más difícil verse en el campus para la comida, peor para pasar la noche en el cuarto del otro. Sus interacciones estaban limitadas a pequeños besos y fugaces roces de manos cuando pasaban por los pasillos, o mensajes apresurados y cortas llamadas para desearse buenas noches. Arthit no lo diría en voz alta, pero como que extrañaba las provocaciones y los coqueteos que venían con el paquete de estar en una relación con Kongpob Sutthilack.

—P’, quiero verte —Arthit oye movimiento en el fondo.

—Casi son las 2 de la mañana, Kong. Tengo clase a las 9.

—Entonces ven a la ventana.

Arthit suspira, pero obedece. Se levanta del colchón y arrastra los pies hacia la ventana. Abre las cortinas para ver a Kongpob viéndolo de vuelta, con los dedos presionados sobre el cristal.

—Hola —Kongpob sonríe con cariño, diciéndole hola con un ademán. Arthit no puede evitar sonreírle de vuelta.

—Hola —responde, colocando su mano en el vidrio para encontrar la de Kongpob.

Es la primera vez que se ven el uno al otro de forma apropiada en las últimas dos semanas y Arthit siente un ligero dolor en el pecho al darse cuenta de que en serio, en serio extraña ver y tocar a su novio.

—¿Cómo estás, P’Arthit? —Kongpob se inclina hacia la ventana.

—Uhm, ¿cansado? No puedo esperar a que terminen los exámenes para dejar de leer este tonto libro —hace un vago gesto hacia el escritorio, intentando contener cualquier sollozo que se haya atorado en su garganta. No importaba lo abiertos que eran con el otro, no quería que Kongpob se preocupara por él sólo porque estaba un poco estresado.

—Terminará pronto. Quizá luego podamos a ir a ese restaurante japonés que te gusta. Yo invito.

Arthit ríe.

—Claro, sugar daddy.

—Lo que sea por mi sugar baby —Kongpob ríe también.

Arthit observa cómo la figura alta y delgada se aparta de la ventana y regresa al cristal. Se quedan mirando anhelantes el uno al otro por un rato más, antes de que Kongpob suspire de forma ruidosa, mirando a sus zapatos. Su mano en la ventana se vuelve un puño.

—Te deseo tanto, P’ —casi suspira su menor, atrapando a Arthit con la guardia baja.

Las mejillas del mayor se calientan, tímido por la franqueza de su novio.

—¡Kongpob! —Balbucea.

—¿Qué? Ya han sido algunas semanas —se queja.

—Entonces ve a solucionarlo en la ducha.

—No puedo, no es lo mismo.

—Estoy muy cansado, ¿sí, Kong? No es que no quiera ir —dice. Es cierto. Estaría mintiendo si dijera que no quiere algo rudo seguido por abrazos y besos dulces en la frente, pero no puede permitirse que sus calificaciones bajen y pierda la beca sólo porque se sentía caliente.

—No tienes que hacerlo —dice en respuesta la voz baja de Kongpob. Está mirando fijamente a Arthit, con sus ojos brillándole aun bajo la tenue luz a diez metros de distancia.

—¿A qué te refieres?

Ve a Kongpob acercarse al cristal y mirar arriba hacia su izquierda y luego hacia su derecha para después escanear en ambas direcciones, ahora hacia abajo.

—No hay moros en la costa.

—¿En qué estás pensando, Kong?

La línea se queda en silencio y Arthit se acerca un paso más a su propia ventana, antes de casi atragantarse por lo que ve.

Está oscuro y en realidad apenas puede distinguir los rasgos de Kongpob, pero no se equivoca al ver que su novio aventura una mano dentro de sus pantalones para tocarse, todo mientras, atento, ve directamente a Arthit.

—¡K-Kongpob! ¡Estás en la ventana! ¡Cualquiera podría verte!

A Arthit se le cortó el aliento y, de forma inconsciente, sacó su lengua para humedecer su labio inferior. Su respiración era inestable.

—Ya revisé, P’Arthit. Sólo tú sigues levantado —la voz de Kongpob se oye jadeante y necesitada y Arthit pasa saliva mientras ve a la atractiva figura tirar de la cintura del pantalón para bajarse la prenda por las caderas, haciendo que su pene duro se sacuda al ser descubierto y que cuelgue libre sobre el elástico.

Una cálida sensación de hormigueo se extiende por el abdomen de Arthit y siente su propia erección humedeciendo sus propios shorts. Abre la boca para protestar, pero no puede sacarle los ojos de encima a la vista de su insaciable novio quien ahora está chupando sus dedos con entusiasmo, lo cual provoca que un húmedo sonido se oiga por la línea telefónica cuando estos dejan su boca. Arthit ya olvidó cómo hablar.

—P’… te quiero en mi boca —la misma mano, húmeda por su boca, pasea por su parte delantera y hace su camino por debajo de su camiseta gris para dormir, alcanzando la piel color olivo que se estira sobre sus músculos tensos para pellizcar uno de sus obscuros pezones.

—Kong… Yo… —su voz se corta, pero nada de lo que está a punto de decir dispersa la nube en su cabeza que ha nublado su sentido común.

—Tócate para mí, P’. Quiero verte.

Arthit está aferrando su teléfono y, durante varios segundos, se las arregla para apartar la mirada de la increíble imagen frente a él para escanear las ventanas a su alrededor. Ciertamente, ningún otro cuarto tiene las luces encendidas ni las cortinas abiertas.

—Por favor, P’Arthit… —La voz temblorosa de Kongpob alerta a Arthit para mirarlo de regreso. De nuevo ha envuelto su longitud con sus dedos largos y delgados.

Arthit siente que sus orejas y mejillas arden mientras tira del borde de su propia camiseta e inserta un dedo bajo el elástico de sus shorts y de su ropa interior. Debo estar perdiendo la cabeza, piensa. Lento y tímido, los baja hasta sus rodillas y con duda se toca con la palma de su mano, aunque la simple imagen de Kongpob ya lo tiene dolorosamente duro.

Se han masturbado frente al otro con anterioridad, pero una cosa es verse el uno al otro con lujuria entre el vapor de la ducha, y otra es tener alrededor de 80 posibles espectadores que son los otros estudiantes en el complejo de dormitorios. Agradece que al diablillo caliente de su novio no le da vergüenza en este momento, porque aunque sus aventuras sexuales en la cama han sido lejos de ser convencionales, Arthit sigue sintiéndose como una prostituta en una iglesia.

—Lo que daría por estar dentro tuyo en ese momento… maldición —Kongpob tiene un codo contra el cristal para sostenerse y Arthit piensa que podría desmayarse cuando ve a su esbelto y atlético menor frotándose contra el cristal, deslizándose con su propio presemen.

—Maldición… Kong… —jadea, nunca ha sido alguien de muchas palabras. Y cualquier duda que haya tenido sobre miradas entrometidas desde dormitorios vecinos se desvanece mientras sus ojos se nublan con lujuria debido al estado por completo obsceno de Kongpob. La expresión de la luna del campus es tanto de angustia como de concentración; sus cejas están muy juntas una de la otra, sus ojos desesperados fijos en Arthit y sus mechones húmedos por el sudor sobre su frente.

Arthit está por completo fascinado por el grueso miembro deslizándose arriba y abajo con facilidad, y antes de que pueda convencerse de lo contrario, lame sus propios dedos de forma descuidada antes de llevarlos detrás de él. Su trasero ignorado le pide ser llenado y su entrada palpita con cada latido de su acelerado corazón.

Inhala con dificultad con la presión del primer dedo, que fue bastante sencillo porque es sólo uno, pero la saliva es un lubricante poco ideal. El segundo dedo lo hace estremecerse, pero no le importa porque sólo necesita sentir algo, lo que sea. Sabe que podría evitarse esto, pero meses de ellos explorándose durante las noches le enseñaron a Arthit que, en realidad, le encanta ser quien recibe, y le encanta la forma en que Kongpob da besos de satisfacción sobre su pecho cuando se corre sin tocarse.

—P’Arthit… qué… maldición, ¿te estás dilatando para mí? —un desesperado gimoteo llega a su oído. Arthit está sorprendido consigo mismo por seguir siendo capaz de estar de pie, con sus ojos rebosándole de lágrimas por la abrumadora sensación de observar a su normalmente tranquilo novio desatándose frente a él y por su propia mano haciendo tijeras dentro de su apretada calidez. —Eso es… hhmmm. Mírate…

—Quiero estar listo para ti… ahhh —gruñe con voz ronca cuando sus dedos rozan ese lugar.

—Acércate… contra el cristal —Kongpob ahora ha reducido la velocidad de sus empujones. Su mano libre sostiene sus testículos.

Arthit se acerca un paso, pero su longitud permanece lejos de la ventana. Ahora está jadeando y suaves gimoteos escapan de su boca al restregarse contra sus propios dedos.

—P’, estoy tan cerca… —Kongpob se aleja y envuelve su longitud con sus dedos, masturbándose frenéticamente con sus ojos cerrados y la boca abierta en un silencioso grito antes de correrse con un sollozo afligido, chorreando caliente y pegajoso sobre el cristal.

Su mayor siente sus piernas cada vez más débiles mientras retuerce los dedos dentro de él.

—Córrete para mí, P’… Eres tan hermoso —su novio exhala pesado al auricular, aún recuperándose de su clímax.

Y con eso, Arthit gruñe durante su tembloroso orgasmo; toda la sangre en su cuerpo le proporciona una cálida sensación que llega a cada uno de sus nervios. Ahora aparta el teléfono de su oreja, jadeando mientras se recarga contra el cristal, haciendo que su cálido aliento deje un rastro húmedo en él. Es sólo cuando sus párpados pesados se abren lentamente que puede ver el desastre que hizo frente a él.

Kongpob, igualmente agotado por la actividad, oye un estrépito y se sobresalta, mirando hacia arriba para descubrir que Arthit desapareció de la ventana. Se preocupa un poco por si acaso fue demasiado lejos y cruzó una línea que Arthit no estaba listo para cruzar.

No obstante, pronto la figura despeinada regresa a la ventana, esta vez con un trapo para limpiar descuidadamente la salpicadura blanca de semen que escurre por el cristal. Por el teléfono, Kongpob puede oír los vagos murmuros sobre “¡no me devolverán el depósito!” y “¡por arruinar el azulejo!”

No se ha subido los shorts y Kongpob no puede evitar reír por la vista. Se sube sus propios pantalones y toma algunos pañuelos del escritorio para limpiar su propio desastre.

—Eres adorable, P’ —dice con cariño al aparato cuando ve que Arthit vuelve a levantar el teléfono del suelo.

Arthit gruñe algo sobre tener que ducharse de nuevo y tira de sus shorts hacia arriba, negándose a mirar hacia la ventana.

—Te amo, P’Arthit. Buenas noches.

—Uh… —Arthit ahora se sienta en el borde de su cama, trayendo sus rodillas hacia su barbilla. —También te amo.

Ante eso, la sonrisa de Kongpob alcanza sus orejas mientras una calidez llena su estómago y su pecho.

—¿A la misma hora mañana? —Dice, con un rastro de astucia en su voz.

—¡Kongpob! ¡Voy a colgar!

Para la mala suerte de Kongpob, no fueron los únicos estudiando hasta tarde la noche siguiente. De todos modos, los exámenes trimestrales serían pronto.

Traducido al español por StSassa

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